jueves, enero 13, 2011

ULTIMA NOCHE EN EL MONTE SAGRADO


Dices, dioses y gigantes, a ninguno de ellos podré arrebatarles sus secretos. Sobre esta gran piedra que el gigante Athos lanzó contra Poseidón durante la batalla de los dioses, trataré de mitigar las dudas. Recuperar memorias y olvidos.
Espero una señal de la aniquilación de mis incertidumbres, como la hoguera que ardió en la cumbre de este monte, formando cadena de fuego que trasmitió a Mecenas la noticia de la caída de Troya.
He desayunado un vaso de agua fresca, licor de anís y un café a la turca. El abad del monasterio más humilde me ha recomendado buscar un encuentro con Dios, en la oración y la liturgia.
Cuando se han enterado de que soy aragonés, sus rostros se han ensombrecido. Todavía recuerdan que Roger de Flor, que perteneció a la orden del Temple, y luego, mercenario de la Corona de Aragón, arrasó con sus tropas los monasterios. Creo que buenos motivos tienen, pues este personaje fue acusado, además del saqueo, de apoderarse de buena parte del tesoro de San Juan de Arce.
Sí, está prohibida la presencia de hembras de toda especie animal, excepto, las gatas y las gallinas ponedoras. Solo, la Virgen María, navegaba desde Joppa a Chipre, cuando fue arrastrado el navío al monte pagano de Athos. Lo vio tan hermoso que, pidió a su Hijo que fuera su jardín. Desde entonces no está al alcance de mujeres. Ah, Galla Placida, hija del Teodosio el Grande, emperador de Roma y Constantinopla, intentó entrar, pero, un icono de la Virgen le dio la orden: ¡Detente! y se le exigió abandonar la montaña.
Esta noche voy a pernoctar en el Gran Laura. Hay muchos hombres jóvenes venidos de Siria, Egipto y Palestina en busca de la verdad.
Mientras suenan las campanas de los siete sonidos, es muy agradable el respirar este perfume de Oriente, de Bizancio, aromas de ciprés e incienso envuelto en fragancia de cera de abejas. He contemplado los tesoros del monasterio: cofres de oro y plata, zafiros y rubíes que adornan la cintura de la Virgen, la corona de San Basilio, la mano derecha de San Juan Crisóstomo. He escuchado historias de santos mientras he cenado: pan bendecido, sopas y hortalizas, con un buen vino color ámbar.
Cuando entré en la mansión de las sombra, me senté al amparo del gran fresno Idrasil. Unas valkirias me dieron a beber cerveza e hidromiel. Recordaba la famosa Cantiga CIII de Alfonso el Sabio: Un monje paseando por el huerto del convento, en una fuente oye un pajarillo que le embelesa con sus trinos. Vuelve al recinto a la hora de comer –eso cree- y lo encuentra todo cambiado. Había trascurrido más de trescientos años. Así, espero que, mi vuelta al mundo, lejos de este Monte Sagrado, sea todo diferente.
Recuerdo, como decía San Agustín: “El Paraíso está siempre donde hay felicidad”
BELIT