No es el recuerdo de Belit, el recuerdo de sus silencios, lo que rompe las palabras. Es el brillo de las aguas del Nilo que conservan las frases que se dijeron aquel anochecer estrellado. Miles de momentos que las aguas recogían en su regazo y los depositaban, tras largo recorrido, en el desnudo mar que besa el delta, y que tantas veces ha surcado el Escriba sin Nombre.
Dentro de la lejanía nacen nuevos caminos que no tienen nombre. Y que llevaran a su encuentro.
Perdido en las inmensas leyendas, Belit, está cansado, pero no vencido.
La liberación personal es difícil. Los muros del misterio no dejan pasar la solución al enigma del nombre que busca para dar sentido a su existencia. Muchos nombres escritos en las arenas de las playas, todos se borraron por las aguas del mar, por las olas que no saben de sueños.
Pedazos de sus historias volaron sin nombre y se fueron depositando en el recuerdo de Uxa, sin que ella pueda comprender el rompecabezas. Los sueños de Belit, su alma que cambia, se hace inexplicable.
Belit solo espera que su silencio no hiera a Uxa. Las sirenas pensaron que solo el silencio podía herir a Ulises. Por eso no cantaron. El silencio de Belit no se ha producido para herir. Todas estas conjeturas se desvanecerán cuando se encuentren en la Biblioteca de Alejandría como acordaron.
Condenarse a la ausencia garantiza la muerte del cariño.
La vida es un rio de memorias que desemboca en el mar del olvido –dice Naguib Mahfuz. Y la muerte es la verdad firme.
Pero, la vida es como el molino que pinta en sus cuadros Pieter Brueghel el Viejo. El molino está en la cumbre de un peñasco imposible poder subir trigo y bajar harina.