¿Cuál es la diferencia entre musulmanes y cristianos, virtuosos y culpables? Ante su puerta, todos somos buscadores y Él, el buscado. HAKIM SANAI
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Sí, así es Damasco, como tú lo describes. Me alegra que conozcas las aventuras de Ibn Batütta, el de Tánger. Pierde cuidado, no tenemos intención del viaje -de rihla- como dice mi amigo I.B., hacia al-Ándalus, por ahora. Sabemos que esa tierra está sometida a la presión constante de los cristianos por un lado, de los corsarios por el mar, y por la Peste Negra. Peste catastrófica también por estas tierras.
La hemos conocido. Tan solo en Damasco han muerto unos dos mil por día. Peor en El Cairo, hemos sabido que en un solo día murieron ochenta mil.
Ha quince días, los judíos con su Torá, los cristianos con su Evangelio, la mayoría de damascenos con el Corán, acudieron a la “Mezquita de los pies” a dar gracias por el fin de la pestes. Yo me acerqué a la puerta oriental de Damasco a un canal blanco donde, según una tradición árabe de El Cairo, ha de descender Jesús.
Los extranjeros somos acogidos con trato amable, no hieren la dignidad del hombre. Mientras visitaba en el monte Qasiyun el refugio de Jesús, el Maestro y su Madre, I.B. se ocupaba de alquilar camellos y contratar azacanes para llenar odres de cuero de búfalo, con agua para iniciar la ruta hacia la ciudad donde murió Mahoma. Vamos a iniciar la travesía del desierto. Es muy peligroso, hasta los guías se pierden y el amigo no se cuida del amigo.
Tras beber una jarra de sawiq, traída de Egipto, exquisita bebida hecha con harina de cebada secada al fuego, azúcar y dátiles, hemos iniciado la marcha de la caravana hacia Tayba. Cruzando el desierto, el simún se cernió sobre nosotros, y se empezaba a agotar el agua. Pudimos escapar milagrosamente a ese viento venenoso, a esas nubes de polvo y arena que nos asfixiaba.
Estamos acampados en la Alberca de Julays, llena de palmeras y fuentes. En su inmenso mercado nos hemos comprado ovejas, frutos y otras comidas, gracias a la generosidad del cadí.
Sobre lo que me dices: Los sueños no pueden pasar a ser parte del silencio, son gritos que claman al recuerdo. Bosques de hoja esmeralda y arenas doradas del desierto, escriben y borran nombres de personajes que hacen la voluntad de Ra, oyen sus ecos divinos y, no caen en el olvido, pues en caso contrario el alma desaparecería para siempre.
BELIT SERI
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